Esta joya natural en el Chocó es una gran opción para desconectarse del estrés citadino.
De noche, la marea es alta. Las olas chocan contra la playa y su sonido se asemeja al de una volqueta de piedras descargando en el suelo. Las chicharras anuncian el verano y se escucha una infinidad de sonidos de animales.
Es un privilegio estar entre la selva chocoana y el océano Pacífico. Es un paisaje diferente que contrasta con el conocido Caribe: playas grises, morenas, lisas, y un mar azul oscuro. El panorama varía a diario y depende de la temporada. Hay días en los que la lluvia es protagonista y no se logra divisar el horizonte; pero hay otros en los que el sol cobra relevancia y se resalta el verde de la vegetación en la orilla.
Las playas y los atractivos de Nuquí están fuera de su casco urbano, entre 35 y 50 minutos en lancha desde su muelle principal. El municipio, de algo más de 7.300 habitantes, se ha convertido en uno de los tesoros de esta región del país, sobre todo porque es posible ver ballenas entre julio y octubre.
El pueblo no es tan pequeño. Hay pocas calles pavimentadas, aunque les han prometido a sus habitantes arreglar varias de las vías. Como llueve tanto –el departamento del Chocó es una de las zonas más lluviosas del mundo–, algunos accesos se vuelven complejos para transitar. Por supuesto, eso también depende de la marea. Cuando es baja, por ejemplo, las lanchas pesadas no pueden pasar del océano hacia el río Nuquí (o viceversa).
Hay nueve corregimientos con varias opciones para turistas. La red de internet y la señal de celulares en estos lugares son intermitentes y muy limitadas. Nuquí es un destino para conectarse con uno mismo, por eso no es para todos. En sus playas se ven más turistas extranjeros que locales; de Colombia predominan visitantes paisas y bogotanos.
Dicen que hay tres sonidos elementales que una persona puede gozar de la naturaleza: el de la lluvia, el del viento entre los árboles y el del océano al borde de la playa. Y los tres se pueden escuchar en Nuquí. Cuando uno cierra los ojos, respira profundo y deja la mente en blanco, asumiendo el presente en el que está, logra percibirlos. Es un ejercicio de catarsis constante. Cualquiera que pise este lugar se sorprenderá por la transformación que logra en ella, o en su pareja o en su familia.
En Guachalito –donde están varios de los hospedajes reconocidos–, el paisaje se compone de piedras oscuras de todos los tamaños que se asoman en la mañana cuando la marea está baja; en la tarde y noche, la mayoría se tapa cuando el agua sube con fuerza y recobra hasta tres metros de playa.
Para nadie es un secreto que el océano hace palpitar el corazón. Es imponente, pero generoso. Se puede caminar con tranquilidad por la orilla. Durante el recorrido se encuentran varias entradas de agua de quebradas que vienen de la selva. Son las venas del ecosistema. Se puede entrar a algunas de ellas –lo ideal, y si es la primera vez que se visita, con guías locales–, como las conocidas cascadas del amor. Son un oasis en medio de la espesa vegetación. El agua es cristalina. Para muchos, su poder permite aliviar cargas por despechos o desamores, y ayuda a encontrar la pareja ideal, o a mantener la actual. Por eso hay que visitarlas.
Otro lugar imperdible es Termales, un corregimiento al que se puede llegar a pie o en lancha. El recorrido es de algo más de una hora desde Guachalito, y lo puede hacer cualquier persona sin condiciones físicas que comprometan su movilidad. Lo recomendable es usar zapatos para agua o sandalias para caminar. Es un panorama espectacular. Cada parte es única y diferente a la anterior. En este corregimiento se puede ir al pozo de agua termal para relajarse y conocer otras personas. Es un sitio turístico que les permite a sus habitantes recaudar fondos para mantenerse.
Como en cualquier lugar del Pacífico, la comida es maravillosa. Hay que dejarse deleitar de la variedad de recetas. Ningún plato es igual, y cada uno tiene el sello personal de la familia o persona que lo prepara. Así como ocurre con el viche, o biche, la bebida típica.
Nuquí también es para abrir la mente y el espíritu. Es para conocer historias. El tiempo pasa lento, o pasa a su justa medida, como no ocurre en las grandes ciudades, donde vemos pasar la vida a toda velocidad en medio del agite diario. El tiempo allí permite sentarse a hablar con la gente y entender su día a día y la mística con la que viven. Pero también ayuda a meditar, relajarse y conectarse con lo que en muchas ocasiones olvidamos: nuestra esencia.
Este destino natural hay que cuidarlo. Es un lugar reconocido, y por eso hay que preservarlo. Es una de las tantas joyas que hay en el país y se ha convertido en el ejemplo claro de resiliencia de sus habitantes, quienes desde hace tiempo han logrado desmarcarse del estigma de la violencia para mostrar su riqueza: un paraíso tropical y eterno.
Nuquí es de clima húmedo y su temperatura oscila entre 23 y 30 °C. Lleve ropa que se pueda secar rápido, una chaqueta delgada impermeable y algunas prendas de manga larga para las noches o para caminar en la selva. También, gorros o sombreros para protegerse del sol. Es recomendable llevar zapatos para caminar en la playa. No olvide repelente y bloqueador. Viaje liviano, solo con lo necesario.
Fuente: El Tiempo.
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